sábado, 11 de marzo de 2017

El día en que murió Yunia



“A penas había despertado el día y todos íbamos aquella mañana de asunto en asunto, cuando un viento turbio abrazó Madrid, era el viento de la muerte y el miedo, el de la ira contenida.
Mi línea de autobús, que atraviesa la plaza de Atocha, fue desviada entre el arrullo de un enjambre de sirenas, alarmas y gritos.

Nunca llegamos a nuestro destino aquella mañana, el destino le había cambiado. Caminamos desde Menendez Pelayo, en silencio y entre un mar de gritos.
Todo eran rumores y miedos. Pero Madrid es muy grande para arredrarse ante un atajo de cobardes. Contra lo que la lógica dicta, el caos se escondió, y el orden arrancó de cada uno de nosotros en un estremecedor acto de responsabilidad colectiva y espontánea.
No podíamos ayudar, no podíamos acercarnos a las zonas afectadas, así que un policía nos conmino a dirigirnos a un centro medico. “Buscar vuestro sitio, pero buscar uno” nos espeto con voz ronca y firme. Encontramos un hospital de campaña en Antón Martín. No se cuanto habríamos caminado, entre un bosque de miradas perdidas hasta llegar a una interminable cola donde como nosotros, cientos, quizás miles de personas, aguardaban en silencio su turno para donar su sangre.
Era el principio de la tarde cuando llegamos al fin a nuestra facultad. Era el momento en que empezaba a abrirse a jirones nuestra unión y se encendían los rencores y las sutiles bajezas entre nosotros.
Las primeras dudas sobre la identidad de los asesinos rescataban del pasado los ánimos de venganza partidista. Y el silencio se volvió vociferio.
Nunca olvidaré la primera imagen que vimos al llegar a la facultad. En uno de los baños, acurrucada en el suelo, temblando, pálida y espectral la encontramos.
Yunia es joven, delgada y casi europea en su aspecto, pero con el alma quebrada de las mujeres, que como ella, han nacido y vivido en mundos misóginos como su Argelia natal.

Llegada a España en busca de la paz y el respeto que su patria le había negado, recobró aquel once de marzo todo el horror y la desesperanza en la especie humana, que sus pocos años la habían sembrado. Atemorizada y sin resuello de tanto llorar, recordaba insistentemente los días en que vivió con sus ojos menudos los atroces atentados de los grupos islámicos armados, en los lejanos días de la guerra argelina.
A duras penas la consolamos. En los siguientes días su paz se turbo aun más. La autoría islámica de aquel día maldito, la marco ante muchos de nuestros compañeros. No puedo acudir a las manifestaciones de repudio, no pudo mezclar su sangre con la nuestra, no pudo llorar a nuestro lado, no pudo gritar con nosotros de rabia, por que de un plumazo, la rabia la había hecho ya no ser nosotros.
Los siguientes meses, a los sufrimientos de los inocentes se sumaron los de los otros inocentes. Los de las Yunias de nuestra ciudad. En el funeral de la Almudena, donde toda España se cobijo junto a sus reyes, para arropar a las familias de los asesinados, un rumor de insultos la hecho de la que hasta aquel día maldito era su casa. Si hubiera vivido en uno de los guetos islámicos de Madrid, quizás hubiera pasado desapercibida, como muchos. Pero ella tenía piel oscura, y alma blanca, y vivía en casas blancas, y entre blancos. No tenía posibilidades.
Han pasado los años. Miles de días de infierno, no para los muertos, pero si para los vivos y para Yunia. Y no sabemos aun por que. Se nos ha negado ese derecho.
Sigo mirando de soslayo Atocha cada mañana, camino de mis asuntos. Y me parece ver a Yunia entre la gente. Pero su rostro es solo una imagen de mis deseos. Ella ya no esta. Se marchó. Mataron aquel día los sueños de quienes se fueron, los sueños de quienes quedaron… y los sueños de quien no puede estar. Y Madrid es grande, es fuerte, es justa, es honrada, es solidaria. Pero hay cosas que nos superan, o solo a algunos.

¿Y todo por que?. Tampoco lo sabemos. Leemos cada día nuevas pistas y suposiciones sobre lo que ocurrió. Presenciamos reproches, escuchamos dudas, notamos puñales furtivos que se agazapan, intuimos juegos que a nuestra espalda ocultan, manipulan o entierran todo aquello por lo que hemos sufrido tanto. Nadie pide venganza, no queremos dar cuentas a Dios por ella. ¿Quién nos mato un sueño?
Y cuando pedimos quien, no pedimos el rostro de cuatro desgraciados, borrachos de fanatismo, de un grupo de eriales abonados por su amo para morir por el, a cambio de nunca sabremos que. Pedimos el nombre de quien planeo tanta muerte, de quien se beneficio de tanta muerte. Eso deben explicar, quienes custodian nuestra voluntad colectiva, a los que tuvieron que morir, a los que han tenido que vivir, y a Yunia.





Imagen vozpopuli.es

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