martes, 3 de mayo de 2016

La soledad de la razón



No se que tiene la sensatez que en estos tiempos esta tan abandonada. Y es que el capricho y el abuso de ley se han echado al monte hace tiempo, haciendo que no siempre casen con eso que todos llamamos moral natural, sentido común y no joder al prójimo.

El caso es que la aplicación de la ley de costas ha llevado a ordenar, por parte de la autoridad competente, el cierre, traslado o derribo, como se quiera decir o hacer, de las instalaciones de Cruz Roja en la playa del Merón, en San Vicente de la Barquera.

Nadie duda que una norma, un acuerdo social, que es eso es una ley, para ordenar el uso de la costa, protegerla y facilitar los derechos de uso de todos es necesaria. Tampoco creo que muchos pongan en duda que el motivo de una ley no siempre es ese, una madura y sesuda reflexión sobre el interés común, sino más bien dejar por escrito la santa voluntad de un gobernante, dando carta de naturaleza, legitimidad y protección a decisiones que si en el fondo pueden ser acertadas, su aplicación, poco meditada, lleva a perjuicios, incongruencias y daños mayores de los que se pretenden evitar. Eso es lo que ya se empieza a llamar hoy en día, el abuso de ley.
De lo que se ha hecho eco este fin de semana la prensa regional es un ejemplo de ello. Muchos surfistas, y bastantes familias españolas conocen o visitan algunas de las cercanas costas portuguesas. Algarve o Costa Caparica entre ellas. Casi todas las playas tienen zonas dunares. A la playa se accede por hermosos puentes de madera que las sobrevuelan, integrados en el entorno y protegiendo a este de nosotros. Un rosario de chiringuitos, servicios y construcciones se levantan entre las dunas y el arenal. Todos iguales, todos en madera y materiales reciclables, todos desmontables, todos integrados en su entorno. ¿Y el primer ladrillo?. Lejos, muy lejos. Es una forma de aunar los servicios y las comodidades que precisan o desean las personas, con la protección del medio y el uso común generalizado. En ese orden, a nadie se le ocurre pensar que los socorristas puedan estar a un kilómetro, ni a cien metros. Su dispensario esta en el borde de la playa, sus torres, en mitad. Nosotros sin embargo somos muy pendulares. Hemos pasado del todo vale al reino de la excavadora. Ahora la política gubernamental, que se mueve por impulsos y gestos, esta implantando el modelo israelí, arrasar con todo, aunque no siempre ni en todo lugar. Chiringuitos de playa, casas y, ahora, puestos de la Cruz Roja.
Los chiringuitos de playa no son una agresión contra el medio ambiente. Son una parte de la cultura playera. Vivir, sentir, comer y solazarse al sol y al aire. La gente disfruta en ellos, y esa permanencia al aire libre, regodeados en su terraza con olor a sal y sardina, es parte de una necesaria formación en el amor a la naturaleza. No es un riesgo que existan y abran sus puertas en los meses de calor. Es un riesgo que algunos de ellos sean insalubres, dejen las basuras escondidas tras sus rincones, las jaulas de cervezas por ahí desparramadas, tengan los servicios como una chonera, o sean un catalogo de construcción con pvc y ladrillo del malo. Si este tipo de locales fueran todos bonitos, sostenibles, bien cuidados y respetuosos con sus trabajadores (que eso es otra) y con el entorno, ¿que razón ahí para derribarlos?. Pues con la Cruz Roja pasa igual. El año pasado me contaba Pablo, un amigo que trabajaba de socorrista en Luaña, las dificultades que le planteaba a su labor el cubículo de esa playa. Una caseta prefabricada, más fea que un pecado, tirada en la parte de atrás de la playa, y sin visibilidad. Algunos días apenas podían comer, porque desde el puesto no se veía nada. Que vamos a decir del puesto de Canallave, que para más delito esta en un acantilado, en lo alto, con lo que lo feo que es no se oculta y acudir a una urgencia pasa a ser una demostración de rapel.
Queda un último aspecto en este tema, para mí, muy importante. ¿Cuál es la autoridad moral de las instituciones para aplicar una ley de costas basada solo en el derribo?. Lo primero porque muchas de esas autoridades que ahora aplican con tanto celo la ley, no tuvieron tanto cuando primero se la pasaron por el escroto, permitiendo construir urbanizaciones ilegales que han dejado sin casa a mucha gente honrada que compró sus viviendas de buena fe. Y ahora nos vienen contando la milonga del ecologismo, ellos que no pisan la costa nunca. Lo segundo porque las labores de recuperación y salvaguarda de las zonas de costa (que no todo es tirar), se cuentan con los metatarsos de un dedo. Y lo tercero porque proteger la costa también es evitar el marisqueo furtivo, la destrucción del hábitat por niños y domingueros cada fin de semana en nuestras playas, la caza salvaje del cangrejo o suprimir los vertidos incontrolados, que solo hay que ir a la playa de Bikinis y oler las tuberías que salen desde la parte baja del Tenis para acabar en el agua. Eso es aplicar la ley de costas, no quitar un caseto de madera estacional a unos jóvenes que están en una playa para protegernos, cosa que los políticos no hacen.
Llegará el día en que los niños no puedan hacer un castillo de arena sin permiso de obra, ni meter en el arenal un camión de juguete sin pagar la OLA. Y es que la razón se esta quedando sola, y acabará extinta.

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