En los viejos bancos de la pequeña escuela de Zarautz, o en
las excursiones a Elkano o a Zizurkil, entre fábricas, o en las lindes de
caseríos, Koro Errandonea fue la primera maestra de mi amiga Aintze
Zaratagabaster.
“Hola bajitos, que sois?”. “Euskaldunes”. “¿Dónde esta
vuestra casa?”. “En España”. “¿Quiénes son los malos?”. “los de las pistolas”.
¿Simplista verdad?. Pero real. Era la oración de la mañana en aquella escuela
de primaria. Un latiguillo matinal, a modo de educación para la ciudadanía, que
adoctrinó a decenas de escolares, en un mensaje sencillo.
Su patria era Euskadi, por
encima de todo. Su casa era España y Europa: Su vocación una sociedad plural y
justa. Su pesadilla repudiable la violencia. Su señorita murió hace unos años.
Quizá mejor que no
viera como aquel mantra matutino ha quedado rasgado por los delirios de
visionarios como Juan José, como Arnaldo, como Pernando o como Nekane.
Un día Aintze
se fue (o más fue una de aquellas vascas exiliadas), aunque siempre vuelve, es
lo suyo. Y siempre que lo hace pasea por los lugares por los que aquella nacionalista
de generaciones, hija de gudaris y maldecida por el franquismo, enseñaba a amar
a aquellos niños su tierra, pero por encima de ella a la gente.
“Ningún trozo de arcilla, ninguna hoja de brezo, vale lo
que la uña de un vasco, o de cualquier otra persona”, decía con gesto adusto,
marcando una pausa posterior, sin descuidar su mirada hacia sus niños, como
escudriñando en que corazón la semilla no había prendido, para arremeter con más
argumentos.
La suya no era una
escuela especial. En muchas se sembró la concordia. Pero en muchas otras el
odio. Un río negro que hasta hoy ha llegado, repleto de fango. Muchos hemos
volcado en estos años, cientos de páginas repletas de palabras que expresan
nuestro interminable e irreducible deseo de vivir en paz, de aunar nuestra raíz
y nuestro futuro, de plantear para nosotros y nuestros hijos un porvenir sin
exclusiones, marcado por una sincera vocación de convivencia plural y abierta,
que no puede olvidar una historia digna, plena y honorable, pero vacua al
margen de España. Hemos apelado a la razón y a la inteligencia, a la necesidad
y a la conveniencia. Hemos apelado a la historia, a las corrientes de esta y
hasta a la sangre, aunque a esta con tanta asiduidad, que los suelos de Euskadi
han quedado manchados para siempre. Ya apenas nos queda voz con la que gritar
en defensa de la razón, tapados como estamos, por el ruido de la violencia.
Ajeno a la voluntad
de los dirigentes que democráticamente hemos elegido, soslayando la voluntad de
muchos, un nuevo gobierno vasco (nacionalista y socialista), en medio de un
creciente clima de tensión en Navarra y Euskadi, parece que ponen otra vez fecha
de caducidad a la historia y a los sentimientos.
“Un día cercano, mis dos madres se separaran, y mi
cuadrilla de Donosti, mis compañeras de Lezcano, serán extranjeras entre mis
amigos de Usera. Un abismo tiende a separar mi pequeño mundo de Malasaña, de
aquel que me espera cada semana en Guetaria. Un abismo cavado con ahínco con
los dientes del odio, y alicatado de sangre, mientras los que la vertieron
ríen, y los que hemos sufrido su mancha seguimos en silencio, encerrando en una
lagrima el adiós de una familia”, me decía hace poco Aintze.
A vosotros que me leéis, solo recordar no es imposible la libertad y la justicia,
siempre que un corazón la aliente.
Fotógrafo Javier Lucas
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