lunes, 12 de diciembre de 2016

La crisis eterna



¿Que ocurre cuando una mente preclara, un hombre de honestidad intachable, un profesional de prestigio, explica públicamente, y con claridad meridiana, que vivimos en un mundo donde la democracia es una ficción, y que nuestras vidas están regidas por un poder financiero que hunde sus tentáculos hasta en lo más sagrado de nuestra existencia?. Nada. Y eso nos dicen desde hace años filósofos, periodistas y científicos en Europa. Todos se han soltado con un discurso apocalíptico plagado, eso si, de verdades sin tapujos, que el que no conoce o sospecha, es porque desea vivir en matrix.

Pues eso ocurrió hace unos años cuando Francis Ford Coppola describió, con minuciosidad excelsa, la corrupción del Vaticano y las grandes redes del poder en su “El padrino III”, y nadie reparó en la trascendencia de la muerte de Juan Pablo I, la crisis del banco Ambrosiano, o la corrupción de los estados democráticos. Lo avisaron los anti Trump (incluidos los Simpson) y no paso nada. Estos días muchas voces describen con madurez y claridad inusitadas la radiografía de los males de nuestra sociedad, y nadie ha dicho esta boca es mía, salvo cuatro convencidos.

Todos sentimos encontrarnos en medio no solo de una crisis económica, si no de una crisis moral y ciudadana, de un estado de confusión que afecta a lo impredecible de nuestro futuro, y de la existencia de nuestra sociedad, tal como hoy la concebimos. Pero esa falta de seguridad, y esa duda sobre el camino a seguir no es un estado general, la confusión esta en la tierra de los mortales, aquí abajo, pero no en el cielo político y financiero, allí arriba.

Nuestra sociedad esta estratificada en niveles incompatibles con la ley y la ética que nos hemos dado, pero que están ahí, y regulan nuestra vidas. El nivel de los ciudadanos marginados, el de los ciudadanos integrados en el sistema que creen que lo dominan y están satisfechos con su vida burguesa, el de los que desde los poderes públicos hacen que dirigen y asumen la cara del poder legal constituido, y el de los que en realidad deciden, los que han tomando, hace mucho las riendas de la vida colectiva. Esa nube de poder que pasa por encima de nuestras cabezas, carece de todo sentido de la confusión, tiene muy claro que deben hacer y lo van a hacer sin reparos, por encima de quien sea. Esa es la tesis.

Y en verdad, si reparamos un poco en los detalles de la vida, veremos cuanta lucidez hay en este discurso. El regreso al poder de políticos y responsables de errores pasados, la impunidad de responsables económicos de la crisis, la ayuda desmedida de los gobiernos a las entidades financieras, al contrario de lo que se ha hecho con agentes económicos más modestos. Todo apunta hacia una misma verdad. Llegados al límite, al riesgo de su poder, se han acabado las componendas, el disimulo y el juego al despiste. Las democracias han quedado desnudas ante la realidad de su escaso poder y autoridad. No es la voluntad popular la que decide y rige el mundo, no son los poderes legalmente constituidos los que ordenan el cosmos, y solucionan los problemas de la gente y ponen a los culpables en su sitio, ni siquiera es la voluntad de los que crean riqueza, de los que trabajan y fabrican y producen, si no la voluntad “de nubes financieras, de fortunas inalcanzables”.

Es por ello que hombres como Pérez Reverte, Iñaki Gabilondo o el Padre Ángel, entre otros, remarcan la necesidad de reordenar y revitalizar las viejas instituciones representativas (sindicatos, partidos, instituciones) para inmacularlas y para reconvertirlas, de representantes para el gobierno a representantes para la lucha contra esos poderes no representativos, pero que rigen impúdicamente nuestra vida.

Pero tampoco hay muchos medios o plataformas de comunicación que aborden el fondo de la cuestión. En muchos casos, incluso, la critica permanente al gobierno o el discurso apocalíptico pasa por una estrategia más de una  televisión hecha para el atontamiento del común de los mortales.

Pero con esto y con todo no debemos dejar de lado dos apuntes.

Uno, que la izquierda, por no dar la debida importancia a los medios de masas, ha dejado el campo abierto para que decenas de televisiones tendenciosas laven el cerebro al personal desde programas inmundos, o para que la telebasura triunfe sobre unos medios de calidad en franca retirada, en un pulso ideológico por controlar los medios que la izquierda ha perdido por abandono.

Y segundo, esta muy bien eso de defender a los grupos de izquierda, sindicatos al frente, como paladines de la defensa de un nuevo orden político, económico y moral. Pero no olvidemos que más que persecución, la crítica a políticos y sindicalistas proviene del hartazgo de muchos ante unos representantes que se han colocado de parte de ese sistema que critican, apostándose debajo de la mesa del poder para recoger las migajas. Un par de discursos en mítines, alguna huelga por ahí suelta, mucho tópico anti capitalista y clasista y luego a contemporizar.

Porque no estamos ante un problema derivado de como se esta gestionando la crisis, si no de como se gestionó primero la prosperidad. Porque el problema no es que haya personas con problemas para pagar su hipoteca, sino que un millón de españoles no tienen casa y duermen en la calle. El problema no es que haya gente con problemas para llegar a fin de mes, es que hay gente que pasa literalmente hambre.

El problema no es que haya gente que se va al paro y cobra un subsidio, es que millones de personas en todo el mundo no tienen nada, ni posibilidad de tenerlo, para que nosotros tengamos hasta lo que nos sobra. Ese es el problema y la tragedia social, no los sindicatos.

Podríamos recordar que la actual situación ha estallado gobernando la izquierda en España, en Portugal, en Grecia, en Reino Unido … Más nos valdría a la gente de izquierda hacer limpieza y organizar la resistencia, que predicar con victimismo el Apocalipsis.



Imagen blogmiyares.blogspot.com

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