A poco que
te impliques, una jornada en un hospital te revela, en toda su crudeza, los
tabúes y las zonas muertas que aun atesora la sanidad, me imagino que aquí,
como en cualquier parte. Uno de esos terrenos en penumbra es el del sexo.
Decía el
filósofo Kurt Weiss-Harendt que la democracia y la existencia de una sociedad
madura y avanzada serian medibles con el simple ejercicio de salir a la calle
sin un ápice de ropa, y contar cuanta gente no repararía en ello. En España el
escándalo sería mayúsculo. Y lo sería porque arrastramos un bagaje cultural, en
este aspecto, muy punitivo y lleno de inseguridades, desconocimientos y
condicionantes irracionales, que tachan la sexualidad como un elemento
moralmente negativo. Si esto es así para la mayoría de mortales, podemos
imaginarnos como afecta a los que sufren alguna enfermedad o alguna
dependencia.
Iván agota
sus últimos días en Valdecilla, en espera de su traslado al hospital de
parapléjicos de Toledo. Unas noches antes de casarse se topó en una curva de
Barcena de Cicero con cuatro muchachos resacosos y fuera de su carril. El
brutal accidente ha convertido sus piernas en dos amasijos de carne, truncando
una vida que tan solo contaba con 22 años.
Al dolor y
la frustración se une otra agonía. Sonia, su novia “de toda la vida”, ha
decidido no renunciar a él, por muy oscuro que se presente el futuro. Le
presiona para que se casen y ha acordado con su empresa el traslado a la
delegación que aquella tiene en Toledo, para así seguir junto a él.
Han tenido
suerte. Están juntos, están vivos y están recibiendo amparo por muchos lados.
Pero eso a Iván no le despeja sus angustias. Vivir junto a ella es, para él,
condenarla, a sus 21 años, a una vida sin sexo y sin afecto, a una relación
mutilada. Este aspecto de su rehabilitación y de su adaptación a su nueva vida,
no es prioritario, diría yo que no esta ni contemplado en la sanidad actual,
pero es esencial.
Lo
explicaba hace unos días en un programa radiofónico Albert Llovera, un joven
esquiador español que quedó parapléjico tras un cruel accidente de esquí en
Sarajevo que le aplasto su médula. Hoy, tras años de lucha, es campeón de
España de Rallys, en competencia con pilotos que no tienen ninguna minusvalía,
y mantiene una vida sexual plena y cuasi normal.
El secreto
es una pareja que no se rindió, una voluntad de hierro, y un médico que apostó
por él. Pero no es lo habitual. Como cuenta Ana Isabel Gutiérrez, psicóloga y
directora de proyectos de la
ONG Rara Avis, nos equivocamos al reducir nuestra incapacidad
para afrontar este hecho a una condena al paciente, al que intentamos convencer
de que la discapacidad implica una renuncia a la sexualidad, cuando hablamos de
algo connatural al ser humano. Un problema al que no debe ser ajena la sociedad
en su conjunto, coparticipe, aunque no seamos conscientes, de la gestión
sanitaria y coresponsable de sanar a quien lo precisa, y de evitar que enferme
quien aun esta sano.
Bajo esa
premisa se ha desarrollado en los últimos años el trabajo de Almudena Bayeu,
psicoterapeuta muy vinculada a los grupos de acción social de la iglesia
valenciana, y que puso en marcha, hace siete años, un grupo de apoyo a personas
con dolencia de espina bífida y lesiones medulares. Con la ayuda del doctor
José Borrás, director del programa de educación sexual Discasex, y la ayuda
económica de la
Generalitat Valenciana , ha conseguido avances notables en el
terreno de la salud sexual de estos colectivos. Parejas que han podido tener
hijos, hombres y mujeres que han conseguido superar problemas de falta de autoestima
y, en general, seres humanos que han roto una barrera que les impedía
socializarse y aproximarse a su entorno, ante un déficit evidente de percepción
sensorial.
Pero, como
la propia Almudena explica, no estamos ante un mero problema de genitalidad, de
ahí que algunos tratamientos puestos en práctica por la sanidad pública,
basados en la sobrestimulación hormonal, en el caso de las mujeres, o en la
utilización de viagra, en el de los hombres, hayan sido tan solo aceleradores
de una amarga frustración. El paciente debe aprender, se le debe enseñar, a
controlar su sexualidad, a controlar, ahora de otra forma, su relación de
pareja, su percepción sensorial, su capacidad de amar y su rol sexual, que va
más allá del sexo.
Muchas
veces, las parejas en las que uno de sus miembros sufre una de estas lesiones,
no saben como comunicarse, como afrontar estos problemas sin herirse, a veces
presa de sus propios prejuicios, por lo que no estamos ante un problema de
erotismo, si no de convivencia. En otros casos, la mujer se hunde
psicológicamente, al no poder asumir un rol sexual que la sociedad le ha
inculcado.
En otros el
hombre pierde toda su capacidad social y vital, afectado por lo que los
expertos denominan “síndrome de autominusvaloración masculina”, que hace al
individuo apartarse, voluntariamente de su entorno, aumentando así sus
discapacidad.
En este
conjunto de necesidades, la ciencia ha llegado, como mucho, a echar mano de la
química, para suplir una mera deficiencia física, los grupos de apoyo,
católicos o laicos, han entendido las necesidades reales, afectivas,
psicológicas y reeducativas de los afectados, realizando una labor pocas veces
conocida.
Pero el
problema que hoy abordamos es aun más visible en otro tipo de dependientes, los
psíquicos, a los que la condena a la asexualidad es aun más dramática, pues se
evidencia en este caso, aun con más claridad, que los tabúes son un obstáculo
para la vida más que el propio grado de discapacidad.
Un
minusválido psíquico no tiene razones “materiales” para estar privado de
sexualidad, pero una ley no escrita, que ahora va cambiando, les ha
clasificado, desde hace tiempo, como seres privados de un alto componente de
humanidad, cuando no de infantiles. Ello sumado a la falta de información de
las familias y a ciertos estigmas sociales, agravan el problema. Cantabria es
en este terreno una comunidad pionera. Instituciones como AMICA o la Fundación Dr.
Fernando Arce llevan tiempo apostando por la educación sexual de estos
colectivos y su integración, a todos los niveles, en al sociedad.
Pisos
tutelados, programas de inserción laboral, planificación familiar, educación y
acompañamiento personal son ejemplos de la batería de medidas aplicadas en este
tema. Pero es solo una excepción.
Muchas de
estas medidas han sido recientemente avaladas por un amplio estudio científico
de la Universidad
de Salamanca, a través del Instituto Universitario de Integración en la Comunidad , que ratifica
los prejuicios sobre este grupo de ciudadanos, la deficiente educación sexual
recibida, la falta de medidas de normalización laboral y afectiva empleada con
ellos y la vulnerabilidad en la que todo eso les hace caer.
De hecho,
esa tendencia a no tratar o reprimir, en muchos casos, la sexualidad de estos
colectivos, ha hecho que se conviertan en el grupo de españoles más afectado
por enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados y abusos
sexuales, pues la ignorancia les convierte en victimas fáciles de situaciones
en las que el abuso a que son sometidos, se trasviste de juego. De hecho, el
extinto ministerio de igualdad exponía en 2009 que el 90% de las personas con
discapacidad ha sufrido abusos sexuales, aunque solo un 3% lo ha denunciado,
otro síntoma más de dependencia.
¿Que
hacer?, desde luego no fomentar la naturaleza pasiva en minusválidos psíquicos
y downs, no reprimir la sexualidad cuando esta toma sus primeras
manifestaciones en la adolescencia, saber distinguir y comprender las
situaciones de la vida cotidiana, presentar la sexualidad como un elemento más
de intercambio afectivo, no como algo pernicioso, enseñar a controlar los
impulsos sexuales, como un aspecto más de nuestra naturaleza que debe ser
controlado y volcar muchos esfuerzos en la educación en valores (como la
responsabilidad, el respeto y el compromiso), supeditando a ellos la
sexualidad. Porque no son ajenos, no deben serlo, a una vida basada en valores.
Lo explica
Asunción Domingo, miembro de la asociación Inclusive, cuando hablamos de
dependientes y de minusválidos hablamos de personas. Personas situadas en un
mismo plano vital, pero con realidades y capacidades distintas, que no les
sitúan, por ello, en un plano de inferioridad para con el resto.
Y es que,
como contaba hace tiempo Silvia Melero en RS21, “el nivel intelectual o físico
no determina la capacidad para amar”. Y cuando dos personas se quieren, deben
seguir amando, aunque sea debajo del mar.
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