viernes, 27 de enero de 2017

El regreso de la mujer objeto



Esta ha sido una semana muy femenina en el ámbito periodístico, claro esta que solo en aquellos recovecos de los medios de comunicación que resultan secundarios y generadores de una anécdota digna de cerrar un telediario o rellenar la página siete de la sección de curiosidades.

Son pequeñas miserias, escritas en femenino plural, capaces de arrancar una sonrisa, un leve bostezo o un comentario, de esos que se ubican ahora en el campo de micromachismo, pero que en realidad son mandar a hacer puñetas nuestras tenues intenciones de igualdad.
Antonio Salas, magistrado de la sala de lo civil del Supremo ha defendido que tras la violencia contra la mujer no tiene porque haber machismo, solo maldad, y la oportunidad de uno malo que es más fuerte que la víctima. Como ha respondido el periodista Benjamín Prado, es como decir que en los casos de pederastia o de genocidio no hay más causa que la perturbación o la maldad, y la debilidad de la víctima, que no ha ido suficientemente al gimnasio, ninguna intencionalidad más. El polémico comentario se une a algunas voces que en los últimos meses han cuestionado las políticas de “igualdad impuesta”, la discriminación positiva.

En realidad, es una evidencia más de que asistimos a diario a la irrelevancia de las políticas de paridad. Porque lo malévolo, en realidad, no es que el número de mujeres sea escaso, si no en lo infructuosa de una labor condenada desde su raíz al fracaso, al haberlas puesto al frente (salvo honrosas excepciones) de áreas insignificantes o carentes de contenido o sometidas a varón, lo que remarca aun más la futilidad de su cometido, y su carácter débil, que diría nuestro antedicho magistrado

Son hechos que, pese a estar rebozados de un supuesto fin igualitario y de “visibilidad”, como se dice ahora, solo llevan a pensar que son gestos vacuos, tan solo llamados a eso, a ser gestos, pero que no redundan en el aumento de responsabilidad y liderazgo social de la mujer.

La guinda de la semana, en cuanto a mujeres se refiere, la ha puesto Bild, en una columna semanal de Erika Dorhental sobre eso que se llama trending topic. En su caso chorradas.

El motivo de uno de sus últimos escritos ha sido la intrahistoria de las manifestaciones pro refugiados en algunas capitales europeas, las curiosidades que envuelven estos grandes procesos históricos y la figura emergente de Marina Weisband, la Pablo Iglesias alemana (que no se porque el modelo a seguir debe ser siempre masculino).

Me imagino que la trastienda de un movimiento tan amplio, contundente y democrático como el que se vive en Europa debe ser apasionante. Gentes que sacrifican su trabajo, su vida privada, su familia. Grandes movimientos de personas, logística revolucionaria, penalidades ante la policía, la noche y el frío. Innumerables historias y vivencias personales de amor, dolor y rabia. Pues no, no íbamos a reparar en tan miserables acontecimientos del devenir humano. Siendo mujer, la articulista ha empujado el carro de los periodistas que, a partir de una foto de Reuters, se han empeñado en hacer famosa a la nueva Marianne.




Y es que con ese nombre conocemos a la mujer que, a hombros de sus compañeros, se convirtió en un estandarte de los revolucionarios franceses del 68, aquellos que lucharon por una nueva frontera y un nuevo sistema, en los convulsos y sangrientos años de la Guerrade Vietnam, las atrocidades rusas en Praga y Budapest, la opresión laboral y el sojuzgamiento del Tíbet, por ejemplo. Unos revolucionarios que inmortalizó el fotógrafo Marc Riboud, y sobre los cuales se encaramaba Marianne gritando aliento y consignas.

Pero la periodista germana se escapa de esos valores y simbolismos y se adentra en un terreno más práctico. Valora la foto y su difusión por un rasgo, a su entender, típicamente femenino. Es guapa. Es más, se alaba de la revolucionaria el ir vestida “con camiseta beige minimalista -que es un color muy militar- y un poco despeinada, con ese aire cuidadosamente descuidado que tanto nos gusta de las mujeres guerrilleras, y con su dedo enhiesto, más tieso que una peineta de la Pantoja. Perfecta para hacer la revolución en la temporada otoño-invierno de 2016”.

La banalización de su actitud llega a hacer chanza de que, en una foto tomada a la misma líder poco después, levanta el puño derecho en lugar del izquierdo, como recalcando ese aspecto marginal de la protesta y de los ideales que encierra, y enfatizando el lado superficial y decorativo de su presencia entre las masas. Enfatizando, ya de paso, la belleza corporal de la revolución, con sus Jesús de Nazaret y sus Ches Guevaras, enseñando la tableta de chocolate, entre el vaivén de sus largos y descuidados cabellos. Como si la lucha por el futuro se redujera a eso, a la pose. Como si protestar fuera un juego comprensible en gentes infantiles, superficiales, incapaces de percibir lo bueno que es todo cuanto tenemos, y que por tanto no debemos tocar.

Tanta historia con la igualdad, tanto esfuerzo de tanta gente, para que al final, los que más posibilidad tienen de ser oídos, y ayudar a crear opinión, demuestren que toda esta historia tiene solo un afán numérico. La cosa es que haya mujeres, por el que dirán, pero cuanto más monas mejor, que después de la foto no conviene que piensen, no sea que nos alteren nuestro masculino poder.

Cualquier día, uno de estos periodistas hechos a granel criticarán a una víctima de la violencia de género, mujer por supuesto, por la forma inadecuada en que iba vestida, sabiendo, como debería saber, que su, lo que sea, la iba a forzar a hacer paracaidismo desde el séptimo, estampándola contra el suelo, sin tener en cuenta lo mal que quedan las fotos de prensa de un cadáver en bata y zapatillas.


Se lo digo al juez con el que empezaba esta homilía y a todos los que piensan como él. Te lo digo con todo cariño, piérdete muchacho, piérdete, que nos haces a todos un favor.

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