viernes, 27 de enero de 2017

Gente importante



Hay días que cambian una vida y días, como el de hoy, que recuerdan a quienes lo hacen posible.
Trabajar dentro de un aula es aceptar ser parte de la magia de intervenir en el desarrollo de una vida, de muchas vidas, ayudar a crecer, ayudar a descubrir anhelos, aportar para crear sueños y que otros los vivan.
Quizá cuando somos jóvenes no somos conscientes de lo importantes que son nuestros maestros, esas mujeres y hombres que se sientan a tu lado, que te miran de forma inquisitiva para descubrir que falla para que no seas lo tu quieres y darte un empujón tan grande que te acerque a tu cielo.


Pero un maestro no es solo quien tiende su mano a un alumno. Un maestro es todo aquel que irradia cariño, fuerza, estima, ambición y una fuerza irrefrenable de construir un mundo mejor a todo aquel que le rodea.
Yo me acuerdo mucho de mis maestros. De los que, siendo niño, me enseñarón a soñar sin cerrar los ojos, de quienes me ayudaron a encontrar un mundo en cada libro y cada palabra. De quienes me empujaron a vivir, con su mano osca y su voz llena de cariño. De quienes me enseñaron a descubrir la belleza de la Tierra. De quienes me descubrieron el valor de todas y cada una de las personas.
Pero a menudo olvidamos que los buenos maestros no siempre nos dan clase dentro de un aula, ni son mayores que nosotros ni viven solo del rigor académico. A menudo la vida es más compleja y la fortuna se esconde en nuestros compañeros.
Hace casi treinta años un cúmulo de casualidades me llevó a las puertas de La Paz, el que hoy es mi colegio. Todavía recuerdo el primer día, y como a cada paso que daba se extendía una mano atada a una sonrisa, y siempre con el mismo sonido, “bienvenido, para lo que necesites, cuenta conmigo”. Yo los veía como lo que siempre han sido, gente importante, maestros, personas muy superiores a mí, pero ellos me veían solo como su compañero. Aquel día supe que no podría irme hasta no pagar una deuda, que sigo sin saldar.
El resto solo han sido alegrías. Entre aquellos pasillos encontré a los que hoy son mis mejores amigos, allí encontré a la mujer de mi vida, he visto correr a mis hijos, he visto a crecer a los de otros sitiéndolos míos, y he aprendido, a cada instante, de quienes creen que son mis compañeros, pero que son, en realidad, mis maestros. Esa gente noble y entregada dedicada a ayudar a otros a construir su vida, para que sea tan grande y feliz como ellos quieran.

Hoy miraba estas fotos de un curso de formación en Madrid junto a ellos, y he recordado cuanto hecho en falta a mis maestros. A los que un día me acogieron, me enseñaron, me arroparon, me siguieron, me apoyaron y me hicieron persona.
Pese a su esfuerzo, no siempre los buenos maestros consiguen que sus alumnos sean quienes ellos pretendieron, pero eso nunca es su fracaso, si no el de quienes no supimos seguir su camino.
Hoy es el día de dar mil gracias y un perdón a mis maestros. A todos esos maestros con dos corazones que me enseñaron tanto en La Paz, y al resto de los que intentaron construir mi vida.

          


    

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