jueves, 26 de enero de 2017

Un barquito de cáscara de nuez



“Un barquito de cáscara de nuez” es, sin duda, una de las piezas fundamentales de la banda sonora de mi vida. Nació en la tradición cubana, de donde la familia Aragón la rescató en sus andanzas por la isla en los años cuarenta. Los famosos payasos de la tele la incorporaron a su repertorio en los setenta, aunque escondida tras los pepitos, los josés y las gallinas turulecas de la época.


Seria en el año 1999 cuando la canción alcanzase la categoría de himno en una poética versión interpretada por Emilio Aragón y Miguel Bosé, en aquel disco de tantos recuerdos, que fue “A mis niños de treinta años”. Desde entonces, ha sido para muchos un verso musicado reverencial, que ha pasado del silencio respetuoso, a las versiones de culto, como la ya famosa de Enrique Bumbury en 2004. Pero siempre, asociada a una forma de entender la vida, muy alejada, por desgracia, a la versión oficial.

Me ha evocado sus compases el ver de nuevo otra muestra de ese espíritu, el cortometraje “La Flor más grande del mundo”, una historia en stop motion surgida del talento de José Saramago, el ingenio de Juan Pablo Etcheverry y la magia de Emilio Aragón, otra vez.
“La flor mas grande del mundo” es una fabula de belleza extraordinaria y extraña, que refleja el valor de las pequeñas cosas, lo que debería ser el motor de nuestras vidas. Nominada en su día a los Goya al Mejor Corto de Animación, es una reflexión sobre un mundo donde las cosas sencillas, la inocencia, la infancia y la pureza han rendido armas al efectismo vacuo, y al interés material.
El cuento de Saramago ya cautivó en su día a quienes pudimos acariciar aquellas páginas, pero un elemento añadido a la historia ha colmado al cuento de símbolos y de enigmas. Bajo la delicada batuta de Emilio, sobresale con más fuerza el descubrimiento, la valentía y el altruismo que un niño antepone a un paisaje barbechado por el individualismo, la desesperanza, la violencia y la falta de ideales. Y que estos días se nos muestra en cada esquina del mundo.

Ambas obras han tenido a un personaje en común, a un artista que ha completado en sus más de 50 años un largo recorrido en busca de respuestas a su inagotable curiosidad.
Nacido en La Habana, durante la estancia allí de sus padres, obtuvo el titulo de piano en el Conservatorio Superior de Madrid, continuando estudios de composición en el New England Conservatory de Boston, y de dirección de orquesta con Richard Hoenich.

Su imagen pública esta asociada a su faceta de hombre espectáculo, a través de programas de entretenimiento, series de televisión, payaso mudo, o cómico en múltiples proyectos, y a su cargo de ejecutivo, desde el que ha impulsado grandes estructuras empresariales como la productora Globomedia, el grupo Árbol o  “La Sexta”.





Pero esa es una parte menor de su actividad, el lado menos importante, aunque vistoso de su figura. En el año 2000 creó la Fundación Magistralia, de la cual aun es director artístico. Como el propio Emilio la define, “la filosofía de Magistralia reside en que cuanto más tiempo dediquemos a la música, menos se oirán otros ruidos”. Radicada en Oviedo, la Fundación, sin ánimo de lucro, trabaja en la difusión de la cultura musical en la familia, la infancia y la juventud, mediante publicaciones periódicas, exposiciones, organización de conciertos didácticos y becas de formación complementaria a jóvenes músicos.
La pasión por la cultura de este hombre ha llegado a utilizar la música como un instrumento terapéutico que consigue importantes beneficios entre personas con problemas mentales y físicos, consiguiendo grandes avances en su sociabilidad, auto confianza, movilidad y desarrollo intelectual. Madrid, sin ir mas lejos, tiene en este momento en marcha un ambicioso proyecto para crear un gran organismo que coordinará las escuelas municipales de música, las iniciativas privadas musicales y los proyectos de cultura para jóvenes, y que tendrá su sede en un modélico centro cultural ubicado en el Palacete de la Quinta de los Molinos, gracias a la labor combinada del Ayuntamiento y de Emilio Aragón, que aporta esfuerzos, experiencia y dinero, a través de Magistralia.

El sueño musical de Emilio ya ha dado frutos en estos años, y no solo por la labor directa con cientos de jóvenes, sino como impulsor cultural. Su primer reconocimiento fue con el estreno en 2001 de "Parks", una obra musical para jóvenes estrenada en el Jordan Hall de Boston. Un año después se lanzaría a la caza de una de sus piezas más ambiciosas, la composición de cuentos sinfónicos. Así nacerían "El Soldadito de Plomo", en 2002, “Blancanieves”, en 2004 y "La Flor más grande del mundo" en 2007. Estas y otras obras han sido estrenadas en varios festivales europeos y americanos, traducidas a siete lenguas, editadas por sellos musicales prestigiosos como Deutsche Grammophon y servido de soporte didáctico en los programas de estudio de una veintena de países.
Traspasar fronteras, aunar culturas y tender puentes entre tiempos que alejados y ocultos por el mercadeo cultural de nuestros tiempos, nos impiden aprender de un legado que se pierde en la vorágine vertiginosa de la pseudo creación artística de los “concursos de talentos”, es también su objetivo. Muestra de ello, el nacimiento en 2006 de "Bach to Cuba", una rareza musical que empapa a Juan Sebastián Bach en ritmos caribeños como la conga, el danzón o el guaguancó y el joropo venezolano, gracias a la colaboración de el contrabajista cubano Alain Pérez, el extraordinario Paco de Lucía, y los ritmos del venezolano Ernesto "Tato" Ruiz.
Ahora esta inmerso en una pieza religiosa, "El Diluvio de Noé" de Benjamín Britten, o la grabación de "Canciones Líricas", una pieza musical que pretende acercar los textos de Lorca a los jóvenes, dentro del proyecto "Córdoba, lejana y sola".





Y todo ello dentro de la cabeza del hombre que compone a menudo para Celia Cruz, Mocedades, Raimundo Amador o Miguel Bosé. Que tiene en su haber casi la mitad de las sintonías televisivas de nuestro país ("Médico de Familia", "Periodistas", "Siete Vidas", "Javier ya no vive sólo", "Casi Perfectos", "El Gran juego de la Oca", "Noche, noche") de series infantiles y producciones cinematográficas ("Esquimales en el Caribe", "Defensor Cinco", "Los Gnomos", "Los Ewoks" y "Droids" de George Lucas), decenas de anuncios, y hasta tres discos "Atrapado" 1993, "Eso es así" 1992 disco de oro y "Te huelen los pies" 1991, cuatro discos de platino).

Hace unos años, la Fundación Comillas organizó un ciclo musical, bajo el nombre “Caprichos Musicales de Comillas”. Una de las citas ineludibles del ciclo tuvo como protagonista a Emilio. Llegado sin resuello, desde los cursos de la Carlos III en Colmenarejo, la figura amable e imponente de Emilio, como un gran niño, tímido y febril de ilusión, inundo los maravillosos jardines del Palacio de Sobrellano, la noche del 27 de julio de 2007, junto a su fiel Joaquín Valdeón. Su Joven Orquesta Magistralia ejecutó aquella noche con maestría 'La flor más grande del mundo', que el mismo narró.
Tras el concierto, un Emilio ansioso y emocionado defendía con sus manos volando en el aire, y el balbuceo propio de quien piensa y siente mas veloz de lo que se articula en su garganta, la necesidad de incentivar y promocionar la afición por la música clásica entre todo tipo de públicos, mediante medios que deben ser necesariamente innovadores, didácticos y atractivos.
Concluyó aquella jornada en la plaza de la villa, para tomar en el mítico Samovy, el último café de la noche. Y Emilio seguía contando entusiasmado sus proyectos, al igual que el niño de Saramago contaba la necesidad de que salgamos de nuestras casas, a buscar flores marchitas y hacerlas revivir mediante nuestro esfuerzo personal. Y darlas tanta vida, que al final, sus pétalos se harán tan grandes, que nos darán protección, hasta de nosotros mismos. Y es que vivimos encerrados en una casa ficticia, que hemos construido con la imposición comercial, el aborregamiento de nuestra sociedad, y el acomodo a nuestros gustos más primarios, más fáciles, y más llevaderos sin esfuerzo.




No vamos a negar ahora que somos seres plagados de instintos, y que, posiblemente, nacemos sujetos a tendencias muy primarias, pero que son tendencias que podemos dominar, corregir y utilizar en nuestro provecho. Porque de no hacerlo haremos imposibles nuestra evolución, nuestro enriquecimiento y la obtención de la felicidad verdadera, al ser esclavos solo del instinto, en lugar de ser libres para crear y moldear nuestra vida. Pero hay más, el hecho de ser seres sociales compromete con nuestros actos la vida de los demás, y eso no es admisible, al tiempo que toda la sociedad se convierte, aunque solo sea por autodefensa, en responsable de la educación, con mayúsculas, de cada individuo. Pero eso requiere una inversión moral y de disponibilidad a la que nos resistimos. Debemos y podemos despertar nuestra humanidad, y la música es un instrumento para ello. Porque somos animales sensibles, entregados, creativos y capaces de ver, leer y tocar lo inmaterial, y esa capacidad la debemos potenciar, y ahí la música puede ser una ayuda primordial. No podemos dejar que los jóvenes se eduquen en la máxima de que solo existe lo que se toca, que el placer es inmediato e individual, que sentir es despreciable, y que la empatia es una miseria. 






Pero de nada sirve mi esfuerzo, el tuyo o el de aquel, si se sirve aislado y en contra de lo que se impone, porque da dinero. Y ahí las familias tenemos culpa, la de abandonar la educación de sus hijos a las instituciones o a maquinas que nos eviten el esfuerzo de tocar y vivir con sus hijos. Las instituciones tienen , que organizan un concierto, no quiero saber porque, al tiempo que permiten, en completa impunidad, que grupos de jóvenes tomen al asalto la playa que esta a medio kilómetro, educándose en el todo vale. Y los medios tienen culpa, porque colocan el vender y el entretenimiento fácil y seguro, muchos peldaños por encima de la obligación moral de un medio de masas de crear sociedad. Es mentira eso de que al público le gusta más esto o aquello. Es mentira que todos seamos iguales, según para que. Un niño no es igual a un adulto, un analfabeto funcional no es igual a un hombre o mujer cultivados, y no hablo de derechos. Tenemos la obligación de doblegar la voluntad de un niño para que coma pescado y legumbre, porque sabemos que ello le protegerá y nos hará más fuertes como grupo. Pues también tenemos la obligación de educar sus sentimientos y de musicar su vida, por el mismo motivo.

Algunos han descubierto estos días al hábil e ingenioso creador de la serie “Pulsaciones”, pero el ya es un experimentado capitán, lleno de aventuras en un frágil barquito de cáscara de nuez, remando en la tempestad.





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