miércoles, 1 de marzo de 2017

Arcos y flechas



Algunos, probablemente presa de la ignorancia, desconfiamos de ARCO y por ende del llamado arte contemporáneo, una manifestación de la vida humana que ha abandonado hace tiempo la genialidad y la creación para caer en la ocurrencia.


La llegada a la presidencia de la feria Carlos Arroz, tras el periodo de de Lourdes Fernández había creado ciertas expectativas, tanto organizativas como de contenido, calificando su etapa como punto de inflexión en el desarrollo de una ciudad que viene apostando desde 2008 por el arte de nuestro tiempo, y no solo a través de las colecciones del Reina Sofia o el Thyssen, si no de iniciativas como el espacio permanente creado en el antiguo matadero de Madrid.

Es cierto que los centenares de galeristas y el desembarco de culturas como la Argentina este año dan a la feria un aire muy cosmopolita y que la ayuda a jóvenes “talentos” es una herramienta de promoción para jóvenes elogiable.
También parece una buena idea el tímido intento por desligar claramente los espacios comerciales (programa general), de los culturales y de apoyo a los nuevos creativos (el espacio “proyectos” y el espacio audiovisual “black box”).
Pero eso son propuestas formales, elogiables pero de soporte, no de contenido. ARCO no ha roto sus ligaduras: es un mercado, una feria, una tienda muy grande y tecnológica, adecuada a una sociedad que ha renunciado hace tiempo al arte, y ha apostado claramente por la decoración.
La sensibilidad popular tradicional y la ,menos importante, de los mecenas, que fueron adalides de los cambios expresivos y estéticos de otros tiempos ha dado paso a una extendida clase media con importantes posibilidades económicas, que busca pedigrí en objetos pseudoartististicos que le vayan con el color de la pared, y una recua de museos y organigramas culturales, que en cada comunidad autónoma pretenden dar lustre a su taifa, creando patrimonios artificiales, que demuestren “su apuesta de futuro”, su “modernidad”.

Y claro, eso crea mercado, eso empuja a fabricar obras, y a crear lugares donde venderlas. Es puro capitalismo, la oferta satisface la demanda. Pero el arte es a la inversa, la genialidad se abre paso aunque nadie la pida. Existe, es, y  luego se descubre (Telinot, Van Gogh, Parmiggianino…).
Claro eso a veces crea profundas contradicciones entre lo mostrado. La Feria se esfuerza en abrirse a mercados nuevos y no perder el tren del negocio mundial, no desplazar a Madrid de la elite compradora, convirtiendo ARCO en un lugar de paso entre Oriente y Occidente. Así es posible ver la muestra de galeristas occidentales que parecen mas interesados en el humor que en el arte, con “propuestas”, no solo irrelevantes, sino vergonzosas. Obras de interés como algunas de las que nos ha traído años atrás Jung-Wha Kim, directora del Museums Korea de Seúl, y Jeong Ah Shin, comisaría jefe del Sungkok Art Museum. Y proposiciones atrevidas y convincentes, como las de los artistas iraníes que han sabido romper con un alma limpia las limitaciones de su sociedad.

No creo que haya que caer, como expresan algunos visitantes y críticos, de forma airada en el mismo recinto, en la indignación. Ni creo en esos números de marketing que se organizan con los reyes de por medio, aunque sea por agravio comparativo a otras causas, más sinceras.
Ya se sabe que hay ahí, antes de entrar, es solo capacidad de memoria histórica, y de comprensión de la realidad. Pero también es justo tener en cuenta que un museo, una feria de arte o cualquier manifestación donde los sentimientos se alíen con lo material requieren una educación previa.
Pretender ir a una feria de arte de paseo, para “echar la tarde”, sin tener un mínimo conocimiento de arte contemporáneo, y luego quejarse de que uno se aburre, no es normal. A mi nunca se me ocurriría ir a un espectáculo de presing catch, no solo por que me parece aborrecible ver a dos hombres sebosos haciendo piruetas y dándose golpes sin orden ni concierto, sino por que no lo entiendo, por lo que cualquier valor que dicho espectáculo tenga, no podré apreciarlo.

¿Soluciones? Pedir a la gente 30 euros para ver este almacén de ideas no me parece una. Facilitar el acceso a los lugares culturales a precios asequibles y masificarlos, a medias. Convertir los museos en zonas de paseo, tampoco, esa es misión de los parques, y si llueve del carrefour. Enseñarnos a tener nuestro propio criterio, a entender los lenguajes que el arte esconde, a desechar la zafiedad imperante en los medios de comunicación, a rechazar los mensajes simplistas y reduccionistas , a participar en los procesos creativos y reflexionar sobre ellos, y no solo a deglutirlos, tras recibirlos vía televisión… Eso quizás si.

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