domingo, 19 de marzo de 2017

Lecciones japonesas




El imaginario colectivo esta lleno, desde hace décadas, de monstruos nacidos de la deformación de la naturaleza por la química y la física humanas. No son para nadie desconocidas las arañas mutantes de “aracnofobia”, las pirañas asesinas que retrató un jovencísimo James Cameron en “pirañas” o el ilustrativo, en este caso, Godzilla, nacido de las pesadillas atómicas de los japoneses. Todos somos conscientes de que vivimos gracias, en parte, a una desmesurada producción de energía, precisa para responder a nuestra insaciable voracidad consumista. Todas nuestras tecnologías para la generación de energía conllevan un riesgo.


El trasiego y extracción de los hidrocarburos han sido, en las últimas décadas culpables de gravísimos daños medioambientales (el último en el Golfo de Méjico). Las eólicas producen alteraciones electromagnéticas, la maremotriz afectan a los ecosistemas costeros y la solar genera residuos a los que no somos capaces de encontrar solución. Pero seamos serios, ninguno de esos procedimientos de generación de energía generan las amenazas que si produce la energía nuclear. Nuestra capacidad de control sobre esta última fuente de energía dista mucho de ser total.
Aun es pronto para sacar del incidente japonés, que aun no ha concluido, conclusiones acertadas y sensatas. Pero los primeros pasos de esta tragedia comienzan a sembrar muchas dudas sobre la industria nuclear.
Tampoco es cosa de poner en duda que el origen del desastre japonés no es la propia industria atómica, sino que esta se encuentra en un hecho natural. Esto es, como su nombre indica, algo propio del planeta en que vivimos, posible y no descartable. Japón ha sufrido un terremoto de los más intensos y devastadores de la historia, desde que tenemos consciencia y registro de ellos, pero no por ello debemos olvidar que si en un lugar de la tierra eso se puede producir, ese lugar es Japón. Según las normativas de aquel país, las instalaciones atómicas deben estar preparadas para soportar la contingencia de un terremoto de índice 7,5. Una previsión que se ha visto superada por la realidad, y no es hablar a toro pasado, sino que la posibilidad de una acción telúrica frecuente, constante y de más intensidad a la contemplada en los protocolos de seguridad, no era tan descabellada. Desatado el terremoto, la fatalidad llevó a que el archipiélago se viera obligado a soportar un maremoto de gran dureza, que agravó el problema.
Ante ese cúmulo de circunstancias, se desató un station black-out, una perdida de soporte eléctrico, vital para la refrigeración de los reactores. Pese a que las centrales de los complejos Fukushima Daiichi (6 reactores) y Fukushima Daini (4 reactores) fueron paradas, el combustible de todas ellas, como el de cualquier central, siguió con actividad, siendo necesaria la refrigeración constante. Y ahí aparece otro grupo de dudas, que las investigaciones posteriores aclararán. El sistema eléctrico secundario de baterías falló, los generadores diesel fallaron, ya hasta el ejercito norteamericano acantonado en la isla hubo de intervenir transportando generadores auxiliares. Este fallo múltiple ha sido el desencadenante del llamado LOCA (Loss of Coolant Accident), un grave accidente producido por falta de refrigerante. Ante su falta, el núcleo adquiere una temperatura cada vez mayor, evapora el agua, genera grandes cantidades de vapor y aumenta la presión dentro del reactor, lo que podría llevar a su estallido.

Ante una situación tan grave, acabamos de descubrir que el procedimiento habitual, de manual, diríamos, consiste en abrir las llamadas válvulas de alivio, lo que implica expulsara a la atmosfera pequeñas (o grandes cantidades) de vapor de agua mezclado con cesio 137 y yodo 131, dos elementos radiactivos, a fin de aliviar la presión del núcleo e impedir su estallido.
No sabemos cuantas veces, en cualquier parte del mundo, España por ejemplo, ante problemas de este tipo, sea cual sea su causa, que no tiene porque ser un terremoto, una compañía eléctrica ha decidido evitar una catástrofe mayor, con una, llamémosle, “menor”.

Una refinería de petróleo puede también estallar, y formar una nube tóxica, es cierto. Tan cierto como que estamos rodeados, en nuestra vida cotidiana, por miles de riesgos y amenazas. Tan cierto como que no podemos justificar un mal, por la existencia de otros muchos. Tan cierto como que no podemos obviar que, partiendo del hecho de que no hay energías limpias, esta, la nuclear es la que nos plantea, en caso de accidente, los efectos más pavorosos, permanentes y descontrolados.

Y sigo comprendiendo que es pronto para hacer valoraciones y sacar conclusiones. Y que el alarmismo desatado por colectivos como Greenpeace, (aun teniendo parte de razón, y estar respaldados por el tradicional, “ya os habíamos dicho que...”), no contribuye, en este momento, a solucionar nada. Pero estamos descubriendo en Japón no solo un drama humano, y una amenaza para la humanidad de incalculables proporciones, sino una opacidad informativa, hasta ahora, que nos descubre los riesgos permanentes a los que nos exponen, sin contar con nosotros. De hecho, las palabras del secretario del consejo de ministros nipón, Yukio Edano, exponiendo en televisión la posibilidad de que las paredes y el techo del edificio del reactor Fukushima Daiichi 1, podrían estar dañadas, y no ser suficientes para detener la radiación, si se produce la fusión del núcleo, no son tranquilizadoras.
Como no lo es la información facilitada por Tepco, propietaria de la central, sobre los problemas de refrigeración en otros dos reactores, Fukushima 3 y Tokai, la existencia de una evaluación de daños en otras 14 centrales, que podrían estar dañadas por el terremoto, las imágenes de la televisión japonesa mostrando el aumento en los niveles de radiación detectados que salen de la planta a través de vías como el tubo de escape y el canal de descarga, o la constatación de que existen al menos 64 trabajadores de las centrales que han recibido una dosis de radiación de 106 mSv, cuando el nivel admisible es de 7. Y todo eso en uno de los países más avanzados tecnológicamente del planeta. ¿Que ocurriría ante un problema así con las centrales indias, pakistaníes, chinas o rusas, muchas de ellas en zonas geológicas o emplazamientos llenos de amenazas?.

Con todo, igual el problema es que debemos reformular el debate. Necesitamos, dicen muchos, todas las energías necesarias para mantener nuestros niveles de producción y consumo, y aun coste asumible. Igual el debate es otro, es llegar a la conclusión de que, en realidad, no podemos mantener los actuales niveles de producción y consumo, y menos a los costes actuales. Que no podemos mantener a una parte de la humanidad en la miseria para rapiñarles el coltán, el uranio y el petróleo, que no podemos seguir permitiendo a la industria china y de otros países este altísimos nivel de producción de porquerías de usar y tirar, que nos obligan a consumir y gestionar toneladas de desperdicios, que no podemos tener iluminadas nuestras ciudades, a veces, con más intensidad que la del sol, etc. No podemos forzar la naturaleza a nuestras exigencias, sino a acomodar nuestra vida a sus posibilidades.
Mantener las centrales nucleares, perforar hasta los polos en busca de petróleo solo es demorar lo inevitable, nuestro modelo energético esta en las últimas, en cantidad, y en calidad ambiental. Y mantener los programas nucleares solo nos lleva a invertir un dinero que no tenemos y asumir riesgos que no podemos. Cuando esos recursos deberían destinarse ya a desarrollar e implantar masivamente el coche eléctrico, las redes eléctricas Inteligentes (los SmarthGrips), el desarrollo y mejora de las renovables, como las tecnologías oceánicas o las fotovoltaicas de película fina.

Con todo lo más importante ahora es ayudar al pueblo japonés, centrarse en salvarle del abismo, y tomar su nota de la lección que ese pueblo, en medio de su armagedon, esta dando a la humanidad, con su actitud, su disciplina, su unidad y su comportamiento, realmente, para tomar nota en la vieja Europa.



Imagen France Info

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