domingo, 19 de marzo de 2017

Mis niños



Son los míos, niños de aire claro, de mirada limpia, de sonrisa serena y de corazón abierto.
Cada día, una pequeña batalla los saca de su mundo. Refunfuñan, protestan, se lamentan, pero tras ello sus ojos se iluminan al encontrarnos. Pocas personas conozco con tanta ilusión por la vida, en cada una de sus pequeñas cosas.

Sus días suelen ser febriles. Acuden al colegio, comparten con sus amigos, nadan, pintan, bailan, juegan, y hasta una porción de vida tiene en cada instante para nosotros. Y en ella, como una guedejosa marea nos iluminan furtivamente.
De tanta vida que atesoran, y tanta fe en quienes les miran, parte de su tiempo están en otro tiempo. Les vemos, pero no están allí, se han ido presa de otro pensamiento. Hay quien dice que son distraídos. ¡No os fijáis!, suelen oír como un viento que reprocha. Pero que lejos estamos de lo cierto. Están concentrados, pero no en lo que a nosotros importa.
Devoran libros, navegan por mundos virtuales, dialogan en sincréticas lenguas, les encanta el arco iris, planean, se anticipan y sienten con pasión el futuro. Los reyes, las fiestas, su encuentro con Dios, y lo que el año que viene nos depara a todos.
Irrumpieron en silencio en nuestras vidas, crecieron entre nuestras manos, alentaron el cielo en nuestro cobijo, y con su marcha defenestran nuestra alegría, y nos inundan de una ensordecedora soledad, también en silencio.
Cada noche rezan a Dios por sus días, por nosotros, por sus amigos, por que cada noche sueñan con sus días, con nosotros, con sus añorados amigos.

Son dulces, buenos, tiernos, sinceros, nobles, limpios, quizá soñadores, ingenuos, gigantes. Sois vosotros, todos y cada de los que habéis construido nuestra historia

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