sábado, 18 de marzo de 2017

Yamato Dashii



¿Que diferencia se observa entre una catástrofe japonesa y una haitiana?, el espíritu colectivo. Es injusto ser determinista, y presuponer que por el hecho de nacer en un lugar y a una hora, los astros determinan el valor de un ser humano, o de todo un pueblo. Pero es cierto. Cada cultura, cada pueblo marca a fuego un rasgo compartido que determina, de alguna manera, no solo su destino personal, sino el colectivo.


Frente a las imágenes africanas o caribeñas de asaltos, saqueos y violencia sectaria y ciega, Japón sigue mostrando, ahora que Fukushima vuelve del recuerdo, otro lado de espíritu humano.
Gentes que abandonan su trabajo para acudir como voluntarios a las zonas devastadas. Grupos que recaudan dinero, víveres y maquinas para los trabajos de recuperación, ciudades enteras que se privan, voluntariamente, de luz, calefacción o transporte para hacer frente a las nuevas exigencias energéticas de todos. Pueblos que actúan al unísono con el único objetivo de contribuir al bien colectivo. Y en silencio, con la dignidad de un pueblo herido que se promete recuperarse para la historia, con la sencillez de quien acepta que el egoísmo no tiene cabida ante el sufrimiento de los otros. Es eso que se ha dado en llamar el Yamato-dashii, el espíritu japonés. Son días para conjugar “Gambarimasu”, el verbo de la perseveración y la entrega a los demás. Piezas indispensables para sostener el inmenso esfuerzo que espera a este pueblo, construido secularmente sobre los finos pilares del “Bushido”, el código samurai de lealtad y sacrificio que milenariamente ha mantenido Japón de la mano del confucionismo, en una búsqueda serena y permanente del “wa”, la armonía, la cohesión.

Un ejemplo claro son esos hombres que se han entregado afanosamente a la lucha contra la radioactividad, que permanecen en las plantas atómicas, para intentar paliar un desastre que, sin su sacrificio, puede ser mortal para miles de sus compatriotas, a sabiendas que caminan con la muerte entre las ropas.

Es un ejemplo admirable, el que Japón esta dando estos días al individualismo triunfante en occidente, una lección de vida que deberíamos estar aprendiendo, en esa mirada baja y perdida de quienes pelean, desde hace días, por un concepto, el de humanidad, el de colectividad.

Sin embargo, este ideal admirable, que debería hacernos pensar mucho tras esta tragedia, y hacernos sacar conclusiones importantes, no solo en lo técnico, no debe esconder una mesurada, pero firme reflexión sobre hechos que requieren nuestra reprobación. Por que la entrega a los demás, y el sacrificio, no deben esconder el hecho de que estos deben ser comunes a todos, no solo a unos sacrificados. De lo contrario, corremos el peligro de perecer como colectividad, en las manos miserables de dirigentes como los que han llevado a Japón a este drama con su incompetencia, o como los que mantienen postrado a Occidente, ante sus obligaciones colectivas de liderazgo.

Tras ese espíritu que tanta admiración esta despertando en nuestros lares se esconde la manipulación de unos potentados, la dejadez de un gobierno y la ceguera de una sociedad que ha pasado del ideal de sacrificio colectivo, a la sumisión a intereses poco limpios. Y es que siempre hay gente dispuesta a aprovecharse de la buena fe del prójimo.
Ahora se ha sabido que el gobierno no invirtió en las mejoras que el terremoto de Kobe evidencio que precisaban sus centrales, algunas, como las de Fukushima, situadas en zonas geológicas de riesgo, o bajo en nivel del mar y en su cercanía. Tampoco se tuvieron en cuenta las recomendaciones de los técnicos sobre las mejoras en los métodos de almacenamiento de residuos o en las protecciones de los sistemas de refrigeración. Ahora se ha sabido que parte del personal de las centrales carecía de cualificación y que esta compuesto por personas de extracción social muy humilde o marginal, fácilmente sacrificable, y poco competente. Ahora se ha sabido, que Europa esta enviando, contra reloj, ácido bórico y robots de control de fugas, que Japón no tenia previstos, ni preparados. Es lo que tiene reducir costes.
Alguien por tanto, no participa de ese “espíritus japonés”, más bien amparado en él obtiene un pingue beneficio. Algo parecido a lo que pasa en Europa, en la las corporaciones, bancos y políticos corruptos, nos piden a todos sacrificios que ellos no asumen, o que son precisos para solucionar errores de los que ellos nunca presentarán cuentas.


No llamemos kamikazes u otras despectivas frases a hombres honestos y de buena fe que se guían por unos valores que deberíamos admirar. De la misma forma que deberíamos aplicar ese espíritu de sacrificio, para exigir reparaciones y castigos a los que, amparados en la buena fe de tanta gente, solo roban, matan y destruyen las vidas colectivas, embutidos en sus ricos trajes, y sus mullidas moquetas.


Imagen Tepco

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