miércoles, 12 de abril de 2017

El guardian



Algún día hablaremos del efecto LO-LO (logse-lomce) que hace que un joven se disfrace en halloween con el uniforme de un hoplita espartano.
Aunque, bien mirado, hay ocasiones en las que los guardianes que creamos para que su vida parapete la nuestra, dan miedo. La comunicación debería ser un hecho positivo, creativo, que permite complementar al hombre, hacerle crecer, compartir, creer, ser amado. Pero estos días nos damos cuenta que es también el refugio tecnológico de la soledad de muchos, de la anónima violencia de otros y del arma para distorsionar la realidad de algunos, en una web, en un telediario o en la pared de un baño. Lo hemos visto con los asesinos solitarios que arrasan Europa montados en un camión o con los que publican cada día odio para captar terroristas o solo para hundir a su vecino. Hay tanta gente con mala sangre y tiempo libre, que es muy fácil hacer de un joven un asesino o simplemente hundirle la vida al prójimo, a lo zorro, anónimamente, escondido tras una pantalla de ordenador, de forma cobarde, como un judas de pacotilla, insultándole, difamándole o solo acusándole de lo que nunca hizo y de la ofensa que nunca cometió.

Una situación tan grave que justifica al poder a "monitorizarnos", un nuevo eufemismo para esconder, entre la sombras, a un nuevo guardián, el que proteja en la red nuestra libertad, aunque sea arrebatándonosla.

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