sábado, 19 de agosto de 2017

Modas de playa



Los caminos de la moda son inescrutables y , a veces, de difícil entendimiento. Bien es cierto que la libertad de uso de los elementos textiles debe ser objeto permanente de respeto, aunque en algunas ocasiones tal es difícil, ante lo hiriente para la vista de ciertas combinaciones de colores, texturas y paños, que no hay más que ver la imagen. Y esto viene a cuento de que es propio del verano una tendencia innata del hombre (la mujer menos) a la desinhibición total, aunque claro, según el ambiente.



Así, un hombre de vacaciones, fuera de su corral, puede ponerse encima de su grácil cuerpo lo más insospechado, pero en cuanto vuelve a su territorio, allí donde es reconocido, regresa al redil del convencionalismo más auténtico, aunque ello implique la deshidratación. De esta forma la pantufla, el short carrefour de colorines y la camiseta versión Tony Manero sin mangas, y nunca a juego con el resto, da paso a una clásica combinación, más acorde con el que dirán.
Solo un territorio se sustrae a esta regla, la playa. Allí, sobre un mar de arena, en un bosque de sombrillas, y bajo el hedor a coco de las cremas solares, todo esta permitido. Es más, la vestimenta, totalmente anárquica generalmente, ha servido siempre para diferenciar las tribus a las que los distintos individuos que caían en la playa pertenecían.
Tanga masculino minúsculo para los franceses y afiliados, bikini de pecho desbordado para guays tatoos, pantalón tobillero floreado para ligón de barrio…Pero siempre había sido un elemento más de sana armonía en los arenales.
Cuando era pequeño, y mi padre me llevaba asido a mis redeños y calderos, algún coscorrón me lleve por reírme del atuendo de algún vecino de toalla, o por dejar caer una cáscara de pipa al suelo, o por no obedecer escrupulosamente las indicaciones de los de la Cruz Roja. Ir a la playa era para mi padre entrar en un santuario, donde la felicidad era completa, y el respeto al medio y sus inquilinos era norma sagrada.

Había días en que pisaba la arena de Oyambre, Merón o Comillas a las 9 de la mañana, y hasta cenábamos allí, a eso de las 10, nadando, jugando a las palas, charlando de la vida o haciendo hoyos, y sin que nada pareciera extraño, ni fuera de moda.
Hoy Román, el hombre de la foto, no vive la playa como hace tiempo, pasea por el litoral de tal guisa, porque así lo ha hecho siempre, pero quien le mira tiene a veces otros ojos.

En muchas playas ya no existen los fornidos universitarios que con una cruz roja en el pecho animaban las conversaciones de las niñas y les hacían soñar en los atardeceres con un ligue de verano. Ahora unos chavalucos de na, disfrazados de amarillo, van a su bola en algunas playas y se dicen socorristas, todo el día metidos en la caseta, ligando con la piba que les acompaña, que a veces es más el público, que el actor.
Ahora en las playas, al caer el sol, hay más mierda que arena, porque los cubos están muy lejos. Ahora los niños y sus padres esquilman las rocas en busca de cangrejos, por el simple placer de matar. Ahora, bandas de macarras marcan amplios territorios de donde te echan a balonazos, o empujados por un ruido insoportable o para evitar que una ola de arena inunde el metro donde yacen tus cosas.

Ahora, gente que desconoce el mar y la religiosa admiración que debe infundirnos, ejerce fuerza y dominio al tocar la arena, y se permite chanzas, risas y burlas a quienes como Román, no llevan tatuada su ropa de nombres australianos o californianos.
Hay incluso quienes convierten el día de playa en una competición, una demostración de hombría, mediante la obtención de un aparcamiento, de más metros de playa o de mayor fulgor a través de sus modelitos. Y para evitar el conflicto, que el mar invita al relax, y no a la pelea, hemos de irnos cada vez más lejos, más alto y mas fuerte, en una olimpiada, especialmente los domingos, que nos arrastra a trozos de costas furtivos, donde disfrutar del mar en paz, lejos de esa segunda ciudad en que se han convertido nuestras playas.

Es cierto que Román no va a la moda, y su figura llama a la sonrisa. Y es que la libertad, la personalidad y el gusto por convivir en paz no están de moda. Ni en las playas.

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