jueves, 3 de agosto de 2017

Silencio



Llegue a la vida con el único ánimo de ayudar al bien. Forme una familia para crear vida. Miro cada mañana a mis amigos con el estímulo de hacerles felices. Llegué a la educación con la ilusión de contribuir a trasladar al ámbito educativo y a los miembros de nuestra comunidad una serie de valores que deben imperar en la escuela que queremos construir, que la sociedad debe aprender de nuestras aulas o sobre las que quienes habitan estas deben reflexionar, a partir de todo cuanto se produce en nuestro entorno, en el afán de ayudar a los ciudadanos que formamos.

En mi ánimo ha sido un tema recurrente la reivindicación de quienes forman una de las profesiones más nobles del mundo, la de maestros. Y tengo motivos para verlo así. Siempre he sido consciente que era muy improbable de pudiera encontrar alumnos como mis niños, y más aun compañeros como los míos.

En ambos casos siempre he compartido mi vida con gente que ha sido y es mejor que yo. Y eso es una suerte. Han sido muchos años compartiendo días con niños y niñas maravillosos y con profesores extraordinarios, que acostumbran a hacer de su profesión un sacerdocio en el que en el altar apenas hay sitio para más que sus alumnos. Así que admirar su trabajo, y ensalzar sus virtudes no podía faltar en mi experiencia.

Pero también han sido años plagados de errores personales. Muchos, y muy sangrantes, que así son los que se cometen con personas, máxime si son mejores que tu.
Quien actúa ante los demás debe ser lo suficientemente inteligente para no dañar a quien tanto tiene que ver con lo que intentas enseñar.
En caso contrario, si dañas a quien no te interpreta correctamente o a quien espera tanto de ti, eres un miserable, o un estúpido.
Es evidente que cuando se malinterpreta tu vida y tus intenciones la culpa no es de quien te acompaña, si no de ti, que has sido incapaz de transmitir un mensaje con claridad, que no has tenido la inteligencia de reflexionar atinadamente y que no has sabido actuar con la meridiana claridad de quien debe alumbrar el camino de otros, y junto a quienes también dejan la vida en encandilar esa luz.

En educación solo debemos contemplar una opción, el éxito con nuestros alumnos y el profundo respeto con quien es tu compañero en esa tarea. Si no es así, si haces daño (aunque no sea tu intención), si provocas dolor (aunque no lo pretendieras), si te equivocas en tu objetivo (aunque ni siquiera pensaras que eso podría ocurrir), sobras.
Cuando se vive entre otros y para otros, en tu aula o en tu familia debemos meditar cada palabra, cada gesto, cada pausa, valorando que pueden entender los demás, y que pueden interpretar, aunque tú no lo desees.
Si no eres capaz de lograrlo, donde mejor puedes estar es lejos, apartado de las personas cuyo honor insultas. Cuando tu vida en una falta continua, aunque no abrigue esa intención, hay que expiar el delito, cuando se cometen mil un errores (aunque no se pretenda), también, cuando no eres útil ni haces feliz a los que te rodean, más aun. 
Nunca he pretendido ofender a nadie (aunque he sido tan estúpido de lograr), ni causar daño, antes bien, alabar y ayudar a la gente que me rodea, en mi calle, en mi familia, en mi colegio, en mi profesión. 

Decían los atenienses que para quien es tan necio, tan miserable o tan entupido como para no saber ser útil ni feliz a quien le rodea, el mejor premio, es el silencio y el desprecio. Y para quien causa el mal, el destierro.


Imagen Memory Void, Múseo Judio de Berlín.


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