sábado, 5 de mayo de 2018

Descubriendo a Gelman



Vivir significa actuar, intervenir en el destino, tender la mano a quien lo precisa, mirar todo con crítica meditada, no pasar de largo ante el llanto ni la oscuridad. Nunca ser en la tierra un mero pasajero. En la antigua Roma, las vestales velaban por la justicia y la Ley con su sola presencia, siendo capaces de detener un mundo incapaz hasta de tocarlas, o incluso de ponerle en marcha. Otros, tras ellas, han actuado en la vida con las armas, el amor o el conocimiento, Gelman lo hizo con la palabra.


Para muchos quizá solo sea un poeta olvidado, un hombre que fue noticia en España en 2007 cuando recibió un premio, y en 2014, en una breve necrológica. Para mí, después de que en clase me revelaran su existencia y me acercaran a sus páginas, un héroe.

Juan Gelman fue uno de los artistas de la palabra más reconocidos en su momento en las letras castellanas. Su vida arrancó en Argentina, con el compromiso de un porteño, el rigor de un soviético y la melancolía de quien llevaba trazas judías en su sangre.

Inquieto y despierto, un jóven Gelman, de apenas 15 años, comenzó a escribir y mostrar su talento, en los primeros e idealistas tiempos del peronismo argentino, entre la euforia de una Guerra Mundial acabada y el místico ensimismamiento de su militancia comunista.

La cárcel, a la que le condenó la mísera presidencia de José María Guido, no hizo si no reafirmar su conciencia crítica y su compromiso con la izquierda argentina.

Cuando su país comenzó a deambular hacia el desastre, y la amenaza del horror de estado tomó forma, Gelman se integró en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, de tendencia peronista. Era el año 1967 y, de aquellas, Gelman era un explosivo escritor en la nómina de la revista Panorama.

Con su mirada lánguida y sus ideales por bandera, Gelman, con las palabras como única arma, se enfrentó a las dictaduras de Onganía y Lanusse, criticó al blando gobierno de Cámpora y al desdibujado último gobierno de Perón, ese antiguo “salvador” que ya en sus años finales, solo era una sombra de sí mismo, en un día de niebla.

Cuando la violencia inundó Argentina y el Estado sembró las calles de sangre, los grupos opositores, como las FAR o los montoneros pidieron a Gelman que se marchara al exilio, pero que no huyera. Que su voz fuera la de ellos, que sus palabras recordarán al mundo el sufrimiento de su pueblo, que su poesía evitase que el pueblo argentino, y el de toda América Latina muriera ahogado en sangre.

Fueron los años en los que Gelman descendió al Tártaro y bordeo la enajenación. Sus hijos Nora, Eva y Marcelo Ariel, así como su nuera María Claudia García Iruretagoyena, ya embarazada, fueron secuestrados por la dictadura. Su hija entraría en el reino de la locura. Su hijo aparecería embalsamado en cemento, en la orilla de un río, y su nuera moriría meses después en un hospital uruguayo, tras dar a luz una niña, Andrea, a la que nadie encontró tras su nacimiento.

Era demasiado sufrimiento. Gelman se desterró a su interior, su alma quedó ajada, su corazón herido y su palabra enmudeció durante años. Su dolor le hizo enfrentarse a sus antigüos compañeros a los que acusaba de haber alimentado la violencia asesina del régimen, se ahogó en llanto y se impuso como misión encontrar a su nieta, “la última rama de una raíz malherida su nieta. Incluso cuando la ominosa historia argentina vislumbraba la paz, renunció a olvidar a su familia masacrada y perdida y reafirmó en cada uno de sus esquivos escritos su compromiso con la humanidad.

Pero entre tanta violencia, entre tanto dolor, me ha conmovido en su lectura, que no cejó en sus convicciones.

En el año 2000, en un episodio muy conocido de su historia vital, y gracias al apoyo de sus amigos, encontró a su nieta, Macarena Gelman, llevó ante la justicia a los asesinos de su familia, y aun tuvo fuerzas para desenfundar la palabra y escribir. Como siempre con belleza, con emoción, con sensibilidad, con compromiso.

Fueron esos los años en los que recobrado el vigor gracias a Macarena, Juan Gelman ofreció al mundo lo mejor del que nunca había dejado de ser un genio. Fue como si se cerrara un paréntesis creado hasta escribir su magistral “Gotán” y todo volviese a renacer. El poder de su lenguaje, su sorprendente fuerza creativa, la abrumadora intensidad de sus ideales.

Buscando en Internet para realizar un trabajo sobre mi descubrimiento, encontré unas maravillosas palabras del mejicano Carlos Monsiváis: “La obra de Juan Gelman es un ir y venir entre las atmósferas de todos los días y la reflexión sobre la escritura poética”. Y es verdad, su lectura te arrastra a imaginarte alguien que susurra a lo lejos, pero cuyo sonido te alcanza. Te hace pensar en alguien capaz de crear frases intensas, giros empapados de aire coloquial, conjugaciones imposibles y palabras forzadas hasta la belleza extrema. Eso que mi profesor de filosofía llama un creador del lenguaje.

Estos días que son vacaciones en Cantabria, he podido leer “Violín y otras cuestiones”, “Gotán” o “Cólera Buey”. Y al acabarlos me he dado cuenta que no había leído libros, si no admirado cuadros pintados con rebeldía. Rebeldía contra la muerte, contra el dolor gratuito, contra el sufrimiento inabordable, contra la explotación de los humanos, contra el poder despreciable.

Esta semana he leído a Gelman y he encontrado esperanza, inspiración para ser libre y para comprometerme. He leído a Gelman y he descubierto cuantas veces la vida nos convierte en “trasterrados” (como el decía), olvidados, exiliados y hasta dados por muertos. Y cuantas solo una palabra, tan solo una idea nos devuelve a la vida y nos hace seguir luchando, por ser libres.



Imagen doshermanas.blogspot.com

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